
Son las 4 de la mañana y estoy despierto, mirando por la ventana de la habitación como caen gotas con forma de m&ms. Tarde o temprano tenía que pasar, en Valencia no llueve casi nunca, pero cuando lo hace deja en evidencia lo poco que pensaron los que asfaltaron las calles. Cambio la hora del despertador y vuelvo a dormir, con un poco de suerte me despierto y no llueve.
Son las 6:30 y no, no ha parado. Para darle emoción a la cosa de vez en cuando para y a los pocos segundos vuelve a empezar. Me voy al ordenador a ver las noticias. A las 7:00 saco la mano por el balcón y estoy convencido que va a parar. A las 7:20 llueve a cántaros. Tendré que pillar el bus de la muerte. Si he de palmar por lo menos que sea antes de entrar a trabajar.
A las 7:32 una señora saca la mano y hace el gesto de parada al conductor. El tipo la ve y acelera. La mujer y un hombre calvo con un paraguas gigante se cagan en todos sus familiares y sus muertos recientes. Dos minutos después subimos a otro bus.
A medio camino deja de llover. Sé que ya no lloverá en lo que queda de día.
Antes de llegar a la parada del metro el autobus de la muerte toma un camino alternativo. Alucino por unos segundos, hasta que caigo en la cuenta de es imposible que no llegue tarde, así que me dispongo a disfrutar de la aventura. A ver a donde me lleva. Un rato después un ecuatoriano solicita la parada y veo una estación de metro. Le sigo, ciegamente.
El billete me parece caro, euro y cuarenta por un trayecto tan corto es un robo. Son las 7:54 y el panel anuncia una parada a las 7:56. Llega y en el luminoso pone que va a Paterna. Dudo. Decido no subirme. Se va y miro el plano. Sí, era mi metro.
Paco Martinez Soria levanta el pulgar en su tumba.
Llega otro metro, no es el mio. Son las 8:01.
A las 8:04 llega otro que no marca Paterna pero ya me da igual. Subo. Acierto. A las 8:16 salgo de la estación subterranea. Un sol radiante me recibe en la superficie. Utilizo las escaleras, me doy tiempo para pensar si avisar que he llegado tarde o intento entrar reptando hasta el puesto que tenía ayer. Sí, tengo que recorrer más de media plataforma, lo sé.
Entro y no digo hola a nadie, analizo la zona y encuentro la ruta menos concurrida. Me siento en el puesto como si estuviera jugando a las sillas musicales con una remezcla de Fatboy Slim. El ordenador tarda menos de la normal y a las 8:43 atiendo mi primera llamada.
En el descanso me acerco a las firmas y una de las coordinadoras ve mis intenciones.
- No había firmado.
- ¿A qué hora te has conectado al teléfono?
- A las 8, como siempre. Se me ha pasado firmar porque he estado iniciando el ordenador.
- Ah. Vale.
No lo hago por los 20 minutos de retraso. En mi nómina equivalen aproximadamente a un 1,63€. Es solo una demostración más de mi teoría. Si uno de mis compañeros de curso le cantara el "Hallelujah" de Leonard Cohen en la versión del gran Jeff Buckley a un cliente mientras este le insulta porque un operario le está cortando el suministro, el resultado sería el mismo.
A las 13:52, mientras guardo mis apuntes en la bolsa y apuro la última llamada del día, mi coordinadora se situa a mi espalda. Vale. Son mejores de lo que pensaba, les he menospreciado.
- Santiago, ¿te interesa ampliar horario?
- ¿Perdón?
- Sí, ampliar horario. Puede a ser 7 u 8 horas diarios, solo para agosto o para siempre.
- En principio no, pero mañana te lo confirmo.
- Muy bien.
El mal siempre gana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario